Escrito por Liz Lozano
El rebozo es una prenda estrechamente ligada a la historia de México. Cada pueblo indígena tiene diferentes nombres para llamarlo. No he encontrado el origen etimológico exacto pero probablemente proviene de rebozar (prefijo ´re'- hacia atrás, repetición y bozo derivado del latín ´bucca´- boca) que además de cubrir con harina un alimento, significa taparse la cara o boca con una tela, acto que se interpreta como recato.
Es un tejido de características muy peculiares que puede variar en cuanto al ancho, llamado ´trama´ y al largo ´urdimbre´, además cuenta con un tejido calado en los extremos llamado ´rapacejo´ que es el bordado, tejido ó anudado complejo y específico que llevan los extremos, y que cuelga con flecos.
Sus antecedentes se remontan a la época prehispánica, a las tilmas ó ayates (prenda en forma de manta tejida con fibras de ixtle, henequén, maguey ó algodón) que usaban los indígenas para abrigarse y para transportar cosas, eran utilizadas por hombres y mujeres.
La primer raíz del rebozo data de la época prehispánica con el mamal o mamatl (prenda tejida en telar de cintura) y se puede observar en los diversos códices (documentos de la conquista española) donde se describe a “la mujer indígena que se cubría con una manta muy fina desde la cabeza hasta media pierna”. Se encuentra también en piezas talladas en piedra donde se puede apreciar su uso.
Se utilizaban como elemento monetario ó para pagar tributos, comerciaban con ellos, teniéndolos en gran estima si eran teñidos o con adornos en sus tejidos. Eran usados en las labores domésticas, para aligerar el peso de la carga, y para cargar a niños pequeños sobre la espalda, incluso se tenía un uso ritual porque servía para cargar a la novia hasta la casa del novio el día de su matrimonio.
Encontramos la segunda raíz del rebozo con la llegada de los españoles, que introdujeron la lana y la seda, así como la rueca y el telar de pedales, por lo que las antiguas mantas y ayates sufrieron transformaciones tomadas del mantón ó pañolón europeo y el chal ó saris de la India, asociadas a la introducción de la religión católica por parte de los misioneros, ya que las mujeres tenían prohibido entrar a las iglesias con la cabeza descubierta. Sin embargo toda la cosmovisión indígena está plasmada en los rebozos, muchas veces escondida por la imposición española, pero ahí prevalece. Incluso se legisló en el año 1757 sobre la hechura de rebozos en cuanto a su tamaño, tejido, clase de hilo, diseños y quien los tejía.
Para el siglo XVIII esta prenda se encontraba ya en el uso común de las mujeres. El segundo Conde de Revillagigedo se refiere a ella como: “Lo llevan sin exceptuar, ni aun las monjas, las señoras principales y ricas, hasta las más infelices y pobres del bajo pueblo; usan de él como mantilla, como manteleta en los estratos, en los paseos y aun en las visitas, se lo tercian, se lo ponen en la cabeza, se embozan con él y lo atan y anudan alrededor del cuerpo; unos son tejidos solamente de algodón, otros tienen mezcla de seda, y algunos también llevan listas de oro y plata; los más ricos están, además, bordados con otros metales y sedas de colores, de lo cual resulta una variedad de precios que según la calidad del hilado, del tejido, de la labor de la materia y del bordado; todo hecho con las manos expertas...”
El rebozo durante el siglo XIX era ya una prenda distintiva de la indumentaria mexicana en general. En retratos, litografías y pinturas de la época, se aprecia a las mujeres mexicanas portando rebozos que hoy se pueden identificar como clásicos, es decir, teñidos y con rapacejos cada vez más elaborados.
Las evidencias del uso constante del rebozo se lograron durante la Revolución a principios del siglo XX. La causa es simple: llegaron las imágenes a través de la foto y el cine. Antes, es muy difícil comprobar los estilos que se usaban. Ya en la Revolución se nota que todo México usa el rebozo; la mujeres ricas, las pobres, las soldaderas ó Adelitas (soldaderas mexicanas revolucionarias), envueltas en su rebozo, cargan por igual al crío y las municiones. De ahí se origina el nombre de bandolera.
A todo este antecedente debemos el rebozo actual, al que se le fue modificando el tamaño, los colores según la región donde se confeccionaban, si tiene diversos dibujos con formas geométricas, de animales y flores. Por lo que recibe diversos nombres dependiendo del dibujo y colores del cuerpo del rebozo, por ejemplo; el poblano fino y corriente, el salomónico antiguo, el negro con flecos de plata, el de la sierra, el mexicano, el sultepequeño todo de seda, el dorado, el de tafetán, el columbino, el calandrio, el de bolita, el clásico de algodón, seda o artisela llamado ´jaspeado´, entre otros.
Los lugares mas representativos donde se elaboran son Tenancingo, Estado de México y Santa María del Río, San Luis Potosí; así como en zonas de menor importancia como Tejupilco, Estado de México, Zamora y Tangancicuaro, Michoacán, Chilapa, Guerrero y Moroleón, Guanajuato, pero en general por muchos pueblos de México se tejen de forma artesanal. Entre los patrones mas admirables están los los purépechas de Paracho, Michoacán, con flecos de artisela de dos colores formando dibujos que producen un efecto parecido al del brocado plumario, o como los intrincados rapacejos zapotecos de Yaganiza, Oaxaca; los rapacejos en forma de triángulos anudados en con figuras de animales y estrellas que elaboran los otomíes de Dongu, Estado de México y de Santa Anita Zacuala, Hidalgo; y los bordados de los rebozos de lana, teñidos con tintes naturales por las nahuas de Hueyepan, Puebla.
El rebozo indígena se trabaja de manera extraordinaria en cada pueblo dándonos un desfile de color y texturas característicos de cada región de la República Mexicana.
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Las medidas promedio de un rebozo tradicional son:
Chico 2.20 metros
Mediano 2.80 metros
Normal 3.60 metros
Las chalinas suelen ser rebozos mas pequeños de un solo color.
Un rebozo tradicional se teje en el llamado ´Telar de cintura´ y su confección tradicional tarda de acuerdo al grado de dificultad del dibujo o colores que se desean, incluso para realizar un rapacejo se pueden tardar de 20 a 30 días.
Encontramos una gran variedad de usos de esta prenda femenina representativa mexicana.
Como parte del atuendo para el baile de los sones y jarabes (bailes mexicanos tradicionales).
También ha sido ensalzado en las artes. Diversos artistas han reflejado las bondades del rebozo en sus obras, por ejemplo la famosa pintora mexicana Frida Khalo los usó frecuentemente en sus autorretratos.
El rebozo ha sido objeto de canciones de todo tipo, como La patita (De canasta y con rebozo de bolita...) canción infantil de Francisco Gabilondo Soler Cri-cri, La llorona (Tápame con tu rebozo, llorona porque me muero de frío...) de dominio popular, La del Rebozo Blanco (Ay quién pudiera! debajo de un rebozo, cariño mío, tapar las penas...) de Rubén Fuentes y Rafael Cárdenas, Aires del Mayab (Rebozo, rebozo de Santa María...) de Pepe Domínguez, El rebozo mexicano (Toda mujer mexicana que tenga orgullo de serlo, debe tener su rebozo para lucirlo y quererlo...) de Sofía Álvarez.
En la cinematografía nacional se puede ver en la indumentaria de la mayoría de las películas de la época de oro, destacando María Candelaria (1943, Emilio Fernández), Río Escondido (1948, Emilio Fernández), Pueblerina (1949, Emilio Fernández), El rebozo de Soledad (1952, Roberto Gavaldón).
En poemas y leyendas del siglo XVII como la del Señor de los Rebozos, cuya imagen se puede venerar en una de las capillas del Templo de Santo Domingo, en la Ciudad de México.
La leyenda narra la historia de una monja dominica muy humilde y fervorosa que tenía por costumbre visitar diariamente la imagen de un Jesús Nazareno con la cruz a cuestas y pasaba largas horas ante él, orando.
Al paso del tiempo la monja enfermó y su corazón se llenó de tristeza al pensar que no podría realizar su acostumbrada visita al Cristo, oró tanto por poder verla y entonces se le apareció la imagen y después de bendecir a la monja por estar sola y enferma, el Nazareno se disponía a salir, pero esa noche había caído una tormenta y la monja le dijo – Señor, no salgas, ¿Cómo ha de mojar la lluvia tu sacrosanta belleza?, pero nada tengo que ofrecerte, mira cuan pobre es tu sierva, pero toma este rebozo de mi santo amor en prenda.- y le cubrió la cabeza.
A la mañana siguiente, las demás religiosas encontraron a la hermana muerta, mientras que en la iglesia, detrás de su nicho el Cristo mostraba sobre sus hombros el rebozo de la monja muerta, se corrió entonces la noticia y es costumbre que, el primer viernes de marzo de cada año, se le puede ofrecer un rebozo a cambio de gracias y favores.
El rebozo actual es producto del mestizaje, forma parte de nuestra indumentaria tradicional desde hace un poco más de 500 años, sin embargo, su uso ha disminuido entre las mujeres de las ciudades y por el contrario, se ha extendido entre muchos de los grupos indígenas y campesinos, que además dominan con gracia. Se emplea para transportar a los hijos pequeños o para llevar en él otras cargas. Es una prenda de lujo y de recato al mismo tiempo. En muchos lugares de México se usa en fiestas y celebraciones especiales, como complemento del vestido.
Año con año se realizan exposiciones temporales (fotografía, indumentaria) que pretenden dar a conocer el valor de esta prenda, que identifica a la mujer mexicana.
Hoy en día, el rebozo más célebre no existe en ningún museo o colección particular sino en el imaginario mundial.
Pero el uso del rebozo ha sido resaltado más allá del objeto, el mérito del rebozo está en lo que simboliza. En él están contenidos los valores de identidad de México y la figura materna.